En la construcción de una sociedad democrática es
imperativo reconocer la legitimidad del Otro-Otra. Abraham Magendzo K (*) Santiago
(Chile)
La diversidad presupone cuestionar el
conformismo, las asimetrías sociales y, también, las injusticias. En este
sentido, el mensaje de la diversidad no es neutro. Asumirla como relación
significa, por lo pronto, aceptar la inter y multiculturalidad como un nuevo
paradigma de organización social en el que conceptos como la
responsabilidad social, la ciudadanía activa, el empoderamiento, la
participación ciudadana y la democracia deliberativa se redefinen y
vigorizan.
La diversidad se produce en los más distintos
campos: social, cultural, filosófico, religioso, moral y político. La
diversidad, que a veces se define como pluralidad, "es un hecho fáctico
de toda sociedad en la que existe una variedad no coincidente de creencias,
convicciones, sentimientos y puntos de vista acerca de asuntos que se
repuntan importantes, como el origen y finalidad de la vida humana; la
relación del hombre con una posible divinidad; la idea de vida buena y los
medios necesarios para alcanzarla; la organización y distribución del poder.
etc"1
Debemos reconocer que históricamente ha habido
intentos serios de negar la diversidad, de obstaculizar su incremento y su
expresividad, de estigmatizarla como fenómeno que podría poner en riesgo la
sobrevivencia de un proyecto social unitario. En ocasiones se suele
ocultarla, invisibilizarla, inclusive combatirla y eliminarla. Los regímenes
totalitarios, autoritarios y dictatoriales se han caracterizado,
precisamente, por estos comportamientos antidiversidad. Una de las
manifestaciones más severas de la negación de la diversidad es y ha sido el
de la discriminación, construida sobre prejuicios y estereotipos irracionales
que se han instalado en la cultura, en las actitudes y comportamientos de
manera muy profunda. Todos estos intentos de supresión de la diversidad han
estado acompañados de violaciones severas a la dignidad humana y a los
derechos humanos.
Se debe hacer notar que la relación de diversidad
requiere como condición necesaria el reconocer al "Otro-Otra" como
un legítimo "Otro-Otra". En la invisibilidad, en el ocultamiento,
en el silenciamiento del "Otro- Otra", es impracticable la relación
de diversidad. Reconocer al "Otro-Otra" significa, en términos de
Emmanuel Levinas, responsabilizarse por el "Otro-Otra", asumirlo,
estar atento al "Otro-Otra". Es construir una "ética de la
atención" en la que el "Otro-Otra" no es subsumido a lo Mismo,
no se lo instrumentaliza y
manipula.2
¿Cómo hacerlo?
Ahora bien, educar en y para la relación de
diversidad no es tarea simple. Encontrarse con la diversidad no es algo
conquistable y accesible de manera sencilla. Es un aprendizaje que no se
logra con un encuentro. En especial cuando hemos estado apegados a vivir en
la homogeneidad, cuando no tenemos la suficiente flexibilidad y apertura para
aceptar valores distintos, costumbres distintas, hábitos distintos, miradas
distintas, tonalidades distintas. Encontrar identidades y sentir de cerca la
diversidad es una experiencia bella y multicolor, de una riqueza
inconmensurable, pero a su vez de mucha perplejidad y creadora de tensiones.
Educar en y para la diversidad es enseñar a mirar
de frente, aunque esa mirada cause sufrimiento, angustia, impotencia. Enseñar
a que no se puede dar la espalda y decir: "No es asunto mío",( o el
importaculismo de algunas personas) aunque no sea asunto mío; o decir:
"Por qué yo... que se preocupen otros, los más cercanos", aunque
sea yo el más lejano de los lejanos. La educación en y para la diversidad
está llamada a instalar expresiones y comportamientos que dicen: "¡Sí,
esto es de mi incumbencia!", y a erradicar del lenguaje y en las
acciones, manifestaciones como: "¡Yo me mantengo al margen!". Sólo
de esta forma la educación se hace tributaria del primer artículo de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos que, además de reconocer que
todos nacemos libres e iguales en dignidad y derechos, exige que debemos
comportarnos fraternalmente los unos con los otros.
Sin ánimo de simplificación, la educación en y
para la diversidad en primer lugar hace notar que la diversidad es un derecho
consagrado en múltiples instrumentos nacionales e internacionales. Requiere
ligar este derecho con otra serie de derechos sociales, culturales,
económicos y políticos, y mostrar las tensiones que la vigencia de estos
derechos tiene en una sociedad que promueve la homogenización con fines de
dominación. La educación en y para la diversidad está llamada igualmente a
entregar argumentos normativos, éticos y políticos que muestren que sólo en
una sociedad respetuosa y promotora de la diversidad es posible construir una
democracia en donde todos y todas tienen el derecho a decir su palabra, a
deliberar lo público desde perspectivas distintas, a erradicar las
discriminaciones y, de esta forma, a consagrar en el plano educacional el principio
fundante de la Declaración Universal que establece que "toda persona
tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin
distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o
de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica,
nacimiento o cualquiera otra condición".
(*) Educador en derechos humanos. Coordinador de
la Cátedra UNESCO en Educación en Derechos Humanos de la Universidad Academia
de Humanismo Cristiano; investigador educacional del Programa
Interdisciplinario de Investigación en Educación (PIIE) y de la Fundación
Ideas. Miembro integrante de la Unidad de Curriculum y Evaluación del
Ministerio de Educación Chile. Autor de libros y artículos en Educación y
Derechos Humanos.
1 Agustín Squella, Pluralidad, pluralismo y
tolerancia en la sociedad actual, en Pluralismo, Sociedad y Democracia: La
Riqueza de la diversidad, Colección Fundación Felipe Herrera, Santiago de
Chile, 2000, página 447.
2 Emmanuel Levinas, Ética e infinito, Graficas
Rógar, S. A Madrid (España), segunda edición, 2000.
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